Ley de aborto: una luz hacia la ductilidad para hacer los grises y la convivencia con el disenso interno
Por: Daniela Nipoti, secretaria de Formación Política de La Generación y Secretaria de la Universidad Nacional Scalabrini Ortiz de San Isidro.
En todos los espacios partidarios suele haber actores dedicados a expresar posturas de forma irreconciliable con otros intereses legítimos de una buena parte de la sociedad. Posturas en las que no es tan importante la cuestión de fondo como la posición planteada.
Sin embargo, esta praxis política corrida a los extremos es hace rato cada vez menos un fenómeno de determinados casos como cada vez más algo popular en la dirigencia política. Cada vez son más las y los políticos, de cualquier espacio, que se suben a esta praxis. Hay una inercia hacia una totalidad.
Es cierto también que existen momentos donde algo bastante parecido a “toda la dirigencia política opera de esa forma”. Si, y suelen ser 30 días, en un año impar, en el final de una determinada campaña política. Pero es un momento con plazo definido, y donde el adversario tampoco es todo un espacio político.
Hoy, y cada vez más, da la impresión de que estamos en un “todos, todo el tiempo”. La política argentina está encontrando serios problemas para identificar grises entre acciones dignas de los más álgidos momentos de campaña y el silencio. Es claro que estos grises son incómodos y que siempre es más fácil oponerse o callar sin invertir en consensos. Pero qué es sino habilidad política el saber surfear la paleta, administrar los disensos, y manejar los tiempos para sostener determinada tonalidad.
Esta suerte de rigidez, a veces brutal, a la que asistimos suele identificarse exactamente con la grieta. Definitivamente tienen relación, pero no son lo mismo. Decir que la grieta y la actitud frente a ella son lo mismo es (volver a) ningunear al oficio político. Esa falta de ductilidad y capacidad de acción con ancla móvil en alguno de los tantos grises, es una decisión política frente a una realidad que es la grieta.
La política que opera desde esta lógica binaria condena fuerte a los que todavía se agarran de los matices y atienden cuestiones de fondo. Esto parece vivirse con la misma intensidad tanto en los oficialismos como en los espacios opositores. Se reclama la radicalización y se corre una suerte de desdén por la responsabilidad de tomar decisiones que algunos actores en efecto tienen, y también se les exige la homogeneización hacia los extremos.
Estos aspectos aportan que deje de interesar la cuestión de fondo y la propuesta para detenernos exclusivamente en quienes están de un lado y quienes del otro, para ver de qué forma sacamos partido para asumir una nueva posición. Y sobre todo, anula la posibilidad de diálogo, el primer paso para cualquier acuerdo. Es menos una construcción hacia la resolución de problemas de la sociedad y más un juego de la soga, donde se plantea una dinámica de tensión bidireccional creciente y constante, con espacio solamente para dos grandes sectores partidarios. Quien tire más fuerte será el ganador y el perdedor terminará en el piso. ¿La soga?, rota.
Esta exigencia es además suicida en algunos sentidos. Para empezar por lo propio, la falta de actores políticos que representen de forma eficiente a diferentes sectores de la sociedad que maduros y entonces respetuosos de sus legitimidades de base, vayan en una misma boleta, contribuyó (y podemos discutir en qué medida) a que Juntos por el Cambio no lleguemos a segunda vuelta. La aversión al disenso interno, y su correlativa incomodidad, ayer no nos pagó en términos electorales. Hoy nos encontramos trabajando en el desafío de materializar el aprendizaje.
Pero sobre todo y en primer lugar es suicida en términos sociales. De esta forma no hay posibilidades de ponernos en la senda de resolver problemas de un Estado que hace demasiado tiempo no mejora la calidad de vida de la ciudadanía. Y esto es una dificultad para el sistema de representación en general, pues atenta contra su fundamento. Tenemos entonces la responsabilidad de partir de que el clivaje es cada vez menos partidario y cada vez más de práctica política.
En este contexto el proceso de tratamiento del Proyecto de Ley de Interrupción Legal del Embarazo trae un paréntesis a la dinámica política descrita. Si bien ante ojos desprevenidos el aborto aparece como un tema grieta número 1, la realidad es que el clivaje que genera puede ser intenso por su naturaleza, pero no calca la grieta de la politica partidaria instaurada y tampoco es respetuoso del transversal halcones versus palomas. De hecho todo lo contrario: acerca a los espacios, los lleva al diálogo, y atiende a algo que no suele pasar: el fondo de la cuestión.
Para llegar a la media sanción del aborto del viernes 11, actores diversos de espacios diferentes se acercaron para construir mayorias. Para dialogar y buscar acuerdos frente a un problema real de la ciudadanía. Y esto último lo podemos afirmar con tranquilidad: la relevancia y oportunidad del tema no se determina desde la soledad de una banca frente a la histórica movilización social que lo garantiza en agenda.
El proceso deliberativo también es excepcional. Y no se trata de lo que sucedió este año, tampoco en 2018. El primer proyecto de aborto fue presentado hace 13 años. Desde entonces, las y los legisladores escucharon razones de diferentes sectores y referentes de la sociedad civil.
Para estos efectos lamentablemente raros pero virtuosos hay seguro varias causas. Sin embargo, esto no se da sin el poder ciudadano. La gesta feminista, su capacidad de militancia extensa e intensa, que derribó con fuerza y con inteligencia las multiples barreras para constituirse en una marea popular, son el primer motor inmovil de este mecanismo politico mucho más saludable. Que convence o presiona a los actores con toma de decisión a trabajar de cara a la sociedad, sin arrogarse la capacidad de generar respuestas en soledad sino de forma colectiva, buscando legitimidad en sus decisiones, pensando en el largo plazo, conversando para sacar consensos, modificando propuestas, atendiendo múltiples aspectos del tema complejo, jugando al juego de las razones para dar respuestas.
De esta manera, el trabajo colectivo hacia la media sanción del Proyecto no sólo nos acerca a una sociedad con un dolor menos y una libertad más, sino que también contribuye a mostrarnos que la calidad de la democracia argentina, de nuestra práctica política y de los vínculos de representación pueden ser mucho mejores.